jueves, 22 de octubre de 2009

Cachetadas de vacío

Que el chasquido de los dedos ya no sea el timbre para una caricia.

Que a la mañana me despierte un ruido… Que frunza el ceño, cierre los ojos, haga puchero sonriendo esperando la señal que me obligue a levantarme a abrir la puerta del fondo… Nada.

Que cuando llego a la noche vaya a tantear mi cama, sabiendo que va a estar caliente, y que de ahí quede caliente estoy yo y pego puteadas por toda la casa… Nada: limpia, lisa, impecable, fría.

Que quiera yo salir a pasear, y tenga que llamar a alguien por teléfono para que me acompañe.

Que tenga cuidado de hacer ruido con las bolsas del supermercado. Que abra muy poquito la puerta del fondo, suficiente para anticipar mi rodilla atajándome para no terminar en el suelo… al pedo.

Que no haya pozos por tapar, ni plantas por arreglar, que los pájaros molesten sin miedo.

Que no haya cómplices…

Que busque, con las manos tensas, por todas las esquinas de mi casa, donde hacer cuerpo a tierra y hacer terapia descargando una tira de palmadas, caricias, abrazos.

Que no tenga a quien callar cuando estudio, ni pretexto para mi desconcentración. Que no tenga que cerrar las puertas. Que me apure a cerrar la puerta del garage con una mano mientras meto la moto, mientras grito “guarda que entro”… Nada.

Que ya no tenga marcas en la panza, ni baba en las zapatillas, que me despreocupe por las visitas y que deje el asado en el fuego y me vaya.

Que se me caiga un pedazo de comida, cuente hasta 3… Y siga ahí. Que tenga que tirar a la basura las cáscaras cuando pelo una manzana.

Que mi vieja diga un solo “chau” cuando se vaya.

Que una pelota sea una pelota y no un dispositivo de destrucción.

Que no me ría más en la mañana en mi casa por escuchar ronquidos, que no pise nada raro en la oscuridad cuando llego sigiloso, que no sienta que algo impide que mueva las piernas en la cama. Que no tenga almohada en el verano cuando me tiro en el piso. Que no tenga un beso de hocico cuando llore solo.

Que ahora sólo tenga amigos humanos…


Me pregunto cuánto de mí falleció con él

Te voy a extrañar cachetón.

sábado, 17 de octubre de 2009

ENCUENTRO DISONANTE

En la noche solitaria, te encontré.
Recostada en mi cama
incitándome a tocarte.

Inexpertas,
mis manos tiemblan.

Y les cuesta adaptarse
a tu figura;
a tu largo cuello,
a tus anchas caderas.

Y empieza el romance,
disonante.
Así es siempre,
la primera vez.

Mi vientre
se fusiona con tu espalda.
Mis manos,
juegan en tu ombligo.
Mi boca,
encima de tu hombro,
exhala
un aliento templado.

Y mis sentidos
atentos,
para sentir la melodía
del roce de los cuerpos,
quedan, toda la noche
despiertos...

Y al fin, con la llegada de un sol
de ceja perfecta,
marcas el final
con tus últimos gemidos:
Sol, re;
sol, si;
re, sol.


Ni rima asonante, ni consonante: disonante. Una muestra que el verso no es mi fuerte (bah, este tipo de verso). Hace unos días volví a hacer unos arpegios en la guitarra, hacía tiempo que no tocaba. Sonó horrible, como esa primera vez, una navidad que me regalaron mi guitarra.

viernes, 16 de octubre de 2009

Regreso

Un día recordé que tenía un blog…

Y decidí volver a escribir.

Iba a escribir sobre mis amigos, pero sobre ellos prefiero volcar una lluvia de abrazos.

Busqué escribir sobre las alegrías, pero tuve miedo de tacharlas con tinta negra de las tristezas.

Entonces decidí escribir sobre las tristezas, pero ellas no me dejaban… Y algunas todavía no me dejan.

Pensé que lo mejor era escribir sobre ella: el amor de mi vida. Pero sobre ella no quiero escribir, sino tatuar mi corazón, vestirme con su sonrisa. Sobre ella quiero hundir mi alma… Sobre ella quiero sonreír, ser feliz.

Empecé a llamar a mis sueños para escribir sobre ellos. Me dijeron que no son hojas, que los sueños no están para que nadie escriba sobre ellos. Protestaron porque debían cambiar de una vez por todas las condiciones y ser ellos quienes nos escriban a nosotros, a los que escribimos sobre sueños porque justamente soñamos sueños para escribirlos, y ellos no son para eso.

Sin encontrar sobre qué escribir, decidí escribir sobre mí: escribí con tinta palabras alegres alrededor de mis labios, escribí “besar aquí” en mi cuello y en mi espalda. Escribí su nombre en mi pecho, seguido de un “soy tuyo”. Escribí todos mis complejos en la parte de mi panza y de mi pelo.

Escribí “los cuchillos no van acá” en mis muñecas.

“No me gustan” puse en cada dedo, “no se comen” en cada uña.

Dibujé los pelitos para completar mi barba.

Y cuando terminé de escribir sobre mí, se acercó mi hermano y me dijo: “¿Qué hacés?” “Escribiendo” contesté.

“Boludo, si vas a escribir encima de algo, escribí sobre tu blog”

Y así fue, lo recordé. Y para reiniciarlo decidí escribir sobre él… Lógico.